Some Words About This Project
Cenizas. Instalación
Texto exposición producida y realizada en el Espacio Tinglado de Tarragona 2007.
Uno de los poderes más maravillosos de la música es que nos lleva a lugares sólo vistos en sueños. Muchas de las fotografías de Mayte Vieta son esos lugares. Lo que en ellas nos produce un estremecimiento no es la incongruencia: que un prado sea de un rojo despeinado, que el cielo sea negro y duro como de metal… sino que, igual que pasa en los sueños, la realidad se agriete y, sin dejar de ser realidad nos alcance como símbolo. Es como si en la escena se filtrara una luz ajena a ella, una luz que viniera de otro lado. La luz que llega a través de los párpados y nos guía, secreta y firmemente, hacia el despertar. Pero esa luz proyecta necesariamente sombras, y en ellas vivimos. En la serie Cenizas la luz nos guía en un paseo entre el amor y la muerte. Su nombre es belleza y es el sendero de cuanto florece y late, de cuanto va a nacer y de este modo se dispone hacia su fin. La muerte es, por así decir, el horizonte que da espesor, dimensión y realidad a lo que de otro modo sería plano e ilusorio. “Lo bello es lo que lleva en sí la semilla de su desaparición”. Vaya sentencia, no conocemos en verdad nada que no la lleve. Releo unas frases del poeta francés Christian Bobin: “Lo que constituye un acontecimiento es lo que está vivo y lo que está vivo es lo que no se protege de su pérdida”. No sé si, en efecto, la belleza es sólo propiedad de lo fugaz. Imposible saberlo pues no conocemos belleza que no sea huidiza. En realidad, la belleza es el rastro de lo que es yéndose a su nada.
Al hacerse cenizas, todo lo que podía arder ya ha ardido, todo lo que podía pasar ya ha pasado. Es el final, por fin, si es que lo hay. El resumen triturado, la combinatoria por fin descoyuntada de las posibilidades de lo vivo, y de lo agónico, e incluso de las formas de lo muerto. Callejón sin salida. Todo lo vivo ha estado sostenido por un andamio de átomos de carbono que ahora se ha esfumado. Por eso en todas las culturas la ceniza simboliza la conciencia de la nada que somos. Y sin embargo, la frase “Polvo eres y en polvo te convertirás”, que la Iglesia católica utiliza para desengañarnos cuando el miércoles de Cuaresma impone una cruz de ceniza en la frente, a mí me parece una fórmula verdaderamente esperanzadora. Sugiere que la nada que somos seguirá siéndolo aún, de otra manera. Y lo cierto es que la ceniza es un abono excelente, que estimula el crecimiento de la planta y le da fuerza. Los chibchas de Colombia la extienden en los campos para atraer la lluvia. Es la cuna en que se mece el Ave Fénix.
Como es habitual en sus exposiciones, Mayte Vieta no se limita a colgar sus fotografías, las “instala”, crea con ellas un espacio habitable por el espectador. En muchos casos, como en este, incorpora además elementos decididamente escultóricos. Frente a la rotundidad, el colorido, la densidad de las fotografías, la escuálida presencia de escaleras en cuyos travesaños hay pájaros posados. Los artistas tienen la rara capacidad de lograr que todo esté punto de ser otra cosa: por proporciones y ocupantes, estas escaleras tienen algo de jaulas cuyos barrotes son peldaños. Y si no ¿es que necesitan los pájaros escaleras para trepar el aire? Tanto como las nubes muletas para sostenerse en pie. O el agua un paño para limpiar su reflejo. En cualquier caso, ahí están los pájaros, introduciendo aún más silencio entre el público, mayor reposo en la contemplación. Y eso que los pájaros son emblemas de la música y la rapidez. Tal vez por eso: un símbolo convoca tarde o temprano, además del significado directo, su opuesto. Hay también una operación de aritmética de las ideas: menos por menos es igual a más: pájaros falsos frente a paisajes fotografiados dan lugar a una escena real. De todas maneras, todas estas imágenes, las verbales y las plásticas, tienen una misión: excitar nuestra imaginación, plantear que si algo puede ser de otra manera tal vez todo pudiera ser de otra manera.
En el diccionario de nuestras emociones, ceniza es sinónimo de tristeza. Mayte Vieta comenta en relación con esta serie que es inevitable sentirse triste ante tantas imágenes de la fragilidad del mundo. Sin embargo las que ella nos propone no son tristes. Su fuerza las salva de serlo. Sí son melancólicas. Dice Juan Ramón Jiménez: “Tristeza más debilidad es desesperación, pero tristeza más fuerza es igual a melancolía”. Así pues, ya hemos reunido aquí belleza y melancolía.
Por otro lado, que sigamos hablando de belleza por culpa de una obra de arte hecha hoy no deja de resultar sorprendente. La belleza parecía no haber sobrevivido al rodillo de ismos y postismos de la modernidad. Cómo seguir buscando la belleza, que ha sido cómplice de tantas atrocidades. Y cómo seguir buscándola cuando han terminado por arrancarle la utopía que celaba en su interior. Hace mucho que dejó de ser el correlato sensible de lo verdadero y de lo bueno. Y ahora está forzada a ser sólo un medio de producción de valores simbólicos que cotizan en bolsa (en el sector turístico, en el de cosmética…). Y sin embargo y todavía, en un filo nada ingenuo, que separa la tragedia del kitsch, Mayte Vieta nos proporciona imágenes bellas. Aunque la suya no es una belleza sostenida por el equilibrio (la armonía), sino en equilibrio sobre la desmesura. Imágenes líricas, oníricas y exageradas que siguen convocando en el espectador la posibilidad de lo distinto. En ellas queda aún una brasa de utopía con que incendiar la vida… hasta que sea cenizas.
José María Parreño